miércoles, 25 de mayo de 2011

Seda


Desde hace varios años había escuchado cosas buenas de esta novela. ¿O es un cuento largo? Por fin lo conseguí prestado y me di a la tarea de leerlo. Es tan breve que un solo día basta para terminarlo. Cabe decir que satisfizo mis expectativas.

¿Es posible amar a alguien con quien ni siquiera se ha cruzado palabra? ¿Sostener una relación  basada en mínimos contactos por unos cuantos días al año? ¿Alimentar una obsesión durante varios años, una pasión desmedida? ¿En qué radica la diferencia entre lujuria, pasión y amor?

Un comerciante de gusanos de seda visita el lejano Japón en busca de huevos de gusano sanos. Estando ahí, entra en contacto con una misteriosa mujer, aparente concubina de su vendedor. Con el paso de los años, algo extraño surge entre ellos hasta que la guerra le pone fin. Sin embargo, la parte más importante de la historia ocurre tras esta separación, y la revelación final habla de un amor profundo, de esos que parece ya no se hacen en este mundo.

Dificilmente puedo contarles más al respecto, es mejor que lean este libro por ustedes mismos. La prosa manejada por Baricco es muy rica, sus capítulos muy breves. El pasaje erótico es hermoso y nada mojigato. Para darles una probadita, procedo a transcribir algunas de mis líneas favoritas:

- Jean Berbeck había decidido un día que no hablaría nunca más. Mantuvo su promesa. Su mujer y sus dos hijas lo abandonaron. Él murió. Nadie quiso su casa, así que ahora era una casa abandonada.

- Encontró a Baldabieu en el café de Verdun, en el billar. Siempre jugaba solo, contra sí mismo. Extrañas partidas. El sano contra el manco, las llamaba. Tiraba un golpe normalmente y el siguiente con una sola mano. El día que gane el manco -decía-, me marcharé de esta ciudad. Desde hacía años, el manco perdía.

- "Debo comunicaros una cosa muy importante, monsieur. Damos todos asco. Somos todos maravillosos, y damos todos asco."

- No quedaba nada.
  No quedaba un alma.
  Hervé Joncour permaneció inmóvil, mirando aquel enorme brasero apagado. Tenía tras de sí un camino de ocho mil kilómetros. Y delante de sí, la nada. De repente vio algo que creía invisible.
  El fin del mundo.

- Parecía un catálogo de huellas de pequeños pájaros, compilado con meticulosa locura. Era sorprendente pensar que, por el contrario, eran signos, es decir, cenizas de una voz quemada.

- Viajaban sin fechas y sin programas. Todo les sorprendía; en secreto, su propia felicidad. Cuando sentían nostalgia del silencio, volvían a Lavilledieu.

- Puesto que la desesperación era un exceso que no le pertenecía, se volvió hacia lo que había quedado de su vida y empezó de nuevo a ocuparse de ello, con la inquebrantable tenacidad de un jardinero en su trabajo la mañana siguiente a una tempestad.

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