(Roger Michell, Estados Unidos, 2010)
El director británico Roger Michell tiene una trayectoria variada, yendo desde exitazos comerciales como Notting Hill (Reino Unido, 1999) hasta películas más bien serias como Venus (Reino Unido, 2006). La cinta aquí reseñada no es la primera que dirige en Estados Unidos y, si bien pertenece al cine de entretenimiento ligero, está muy bien realizada.
El personaje principal es Becky Fuller, una workohólica empedernida que pierde su trabajo como productora de un programa de televisión y se pone a buscar empleo como loca hasta que la contratan como la nueva productora ejecutiva del show DayBreak, el cual está en peligro de ser cancelado. Becky demuestra su capacidad de escuchar a todos, hacer multitasking y tomar decisiones difíciles: en su primer día despide a uno de los dos anfitriones del programa, ganándose el respeto de su equipo. Sin embargo, esto la deja con el problema de conseguir a un reemplazo a la brevedad.
Entra en escena Mike Pomeroy, un prestigioso reportero quien además fue ídolo de la infancia de Becky pero lleva años de no trabajar, planeando su regreso al mundo de las noticias "serias" y cobrando jugosos cheques mensuales sin hacer nada. Por medio de su astucia, nuestra protagonista descubre una cláusula legal en su contrato que lo obliga a aceptar una oferta de trabajo si no quiere dejar de percibir su paga, por lo que se ve obligado a inmiscuirse en el mundo de la televisión basura (por redundante que suene).
Aplicando recursos y estructuras de comedia romántica (sin serlo), la historia avanza para mostrarnos cómo los personajes pueden transformarse a través del contacto con otros seres humanos. La chica obsesionada con su profesión recibe una lección de vida sobre valorar los otros aspectos de su existencia, el viejo amargado y cascarrabias descubre que aún puede tener un lado tierno y la conductora cínica y aburrida se reencuentra con el lado divertido de su trabajo. Aplicando arriesgadas estrategias que vulgarizan la calidad de la programación con el afán de elevar los ratings, Becky transforma al show de la noche a la mañana en un éxito rotundo, disparando su carrera a alturas insospechadas y poniéndola ante la difícil decisión de escoger entre alcanzar dichas alturas o conservar lo que ya tiene.
Harrison Ford hace un excelente trabajo como Pomeroy, rabiando por cualquier cosa y siendo ofensivo con todo mundo. No rebasa sus estándares de actuación, pero sí logra el mejor desempeño que se le ha visto últimamente. Diane Keaton está un poco desaprovechada como la co-anfitriona del espectáculo pero lo hace muy bien, se desenvuelve de manera muy natural en su papel. Sin embargo, la que definitivamente se lleva la película es la guapísima Rachel McAdams. Carga con el mayor peso de la cinta y logra llevarla por buen camino. En un principio su obsesión desmedida por su trabajo la hace un tanto insoportable, pero logra darle al personaje un desarrollo necesario y completamente creíble (además de que se ve tan núbil en algunas escenas que con eso se justifica el precio del boleto).
Hay quienes le critican el hecho de que no aborda temáticas serias, como la situación de la televisión y el potencial casi siempre desperdiciado del medio. No obstante, no creo que ese haya sido nunca el propósito de esta obra. Me da la impresión de que simplemente querían entretener y divertir de manera ligera, lo cual logran a la perfección. Con bastantes buenos momentos y unas cuantas carcajadas arrancadas, es en general una buena experiencia recomendable para pasar un buen rato, sin buscarle mayor profundidad al asunto.
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