(Louis Feiullade, Francia, 1915-1916)
Desde hace muchos años había querido ver esta serie. De hecho, desde que vi Irma Vep, de Olivier Assayas (Francia, 1996), cuya trama gira en torno a un director francés contemporáneo que quiere hacer un remake. La Cineteca Nacional proyectó la serie completa en tres ocasiones y, afortunadamente, tuve el gusto de poder acudir a la última.
Les Vampires se trata, como ya mencioné, de una serie de películas -diez en total- que se filmaron y se estrenaron en los cines franceses entre noviembre de 1915 y junio de 1916. Con una duración que va de los quince minutos hasta una hora, nos cuentan la historia de una pandilla de criminales que se hacen llamar Los Vampiros y siembran el terror en París, cometiendo desde robos hasta asesinatos. Las fuerzas policíacas no han podido detenerlos y es así que un periodista, Philippe Guérande, empieza a investigar los crímenes.
Con ayuda del siempre cómico Oscar Mazamette, quien originalmente trabajara para los Vampiros pero se uniera al reportero para pagar una deuda de honor, Guérande toma varios casos. A veces logra frustrar los planes de los delincuentes, en ocasiones estos logran escapar y siempre pone en riesgo su vida, llegando a ser capturado más de una vez.
Por parte del lado en contra de la ley, tenemos a los Vampiros y su líder, el Gran Vampiro. Sin embargo, nada es seguro para nadie, y tres diferentes personajes asumen el cargo de Gran Vampiro cuando su predecesor es capturado o cuando muere. También cuentan con los grandes talentos de Irma Vep (si se fijan, su nombre es un anagrama de vampiro), una femme fatale que por medio de disfraces, sigilo y astucia lleva a cabo la mayoría de los planes de su grupo. Además, hay otra facción criminal liderada por el español Juan-José Moreno, quien compite con los Vampiros por la supremacía del bajo mundo parisino.
Esta serie es realmente visionaria, muy adelantada a su tiempo. Los temas son tratados de manera sofisticada y no se toca el corazón al mostrar la violencia con que los villanos cometen sus actos (aunque con gran sutileza). El sentido de peligro se percibe como real, tanto para los personajes como para sus actores: la realización favorece escenarios naturales en lugar de sets y los stunts que deben llevar a cabo son muy arriesgados, incluyendo caminar por azoteas, saltar desde grandes alturas o bajar "volando" a un escenario de teatro.
Otro aspecto vanguardista de las películas es que cuentan con manejos de cámara innovadores, además de tener un muy buen ritmo (y eso que la edición casi no recurre al montaje). La acción es tan fluida que, a pesar de que la proyección a la que asistí no contaba con ningún tipo de musicalización, casi no se sienten las seis horas cuarenta minutos que dura de principio a fin. Sería interesante ver estos filmes como se realizaron, en entregas, pero verlos de corrido es también una buena experiencia.
Incluso a la hora de usar "efectos especiales" esta obra de Feuillade sobresale: cuando llegan a aventar un muñeco de trapo por una ventana -simulando que es uno de los personajes- está tan bien filmado que casi no se nota. Es increíble pensar que una película con casi cien años de haber sido filmada logra este efecto mucho mejor que algunas otras más recientes, independientemente del presupuesto invertido en ellas. Un ejemplo más de que hacer las cosas bien no necesariamente cuesta más caro.
Un trabajo completamente recomendable, búsquenlo con su pirata de cabecera o estén atentos por si algún día se vuelve a hacer una función en cine.
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