lunes, 25 de abril de 2011

La sangre de un poeta

(Le Sang d'un Poete, Jean Cocteau, Francia, 1930)

Tuve el gusto de formar parte del público en una de las funciones musicalizadas de este clásico del Surrealismo. Ya antes había visto el mediometraje (en un maratón del Galerón, qué tiempos aquellos) pero esta vez contó con el atractivo adicional de la música compuesta por Steven Severin, quien fuera bajista de Siouxse and the Banshees. Como se nos dijo antes de la proyección, Severin ha musicalizado otras películas con anterioridad. La música que utilizó para la obra de Cocteau consistió principalmente en atmósferas electrónicas que evocaban sentimientos de rareza y estupefacción muy adecuadas al material en la pantalla.


Es difícil hablar de este filme pues, como toda buena obra surrealista, carece por completo de lógica y de sentido. Es común confundir al Surrealismo con el mero uso de una lógica onírica, pero esta corriente vanguardista iba mucho más lejos. La esencia del Surrealismo era la subversión, tanto política como social e intelectual. Es por esto que se buscaba deshacerse de la causalidad en la narrativa, para provocar reacciones violentas en el público.


La sangre de un poeta cumple con este cometido. Dividida en cuatro partes, las primeras dos nos muestran a un artista que tiene ciertas desventuras; la tercera parte cambia radicalmente a la historia invernal de un grupo de niños que termina en muerte y la última nos muestra una partida de póquer sobre el cadáver de un niño, bajo la mirada de aristócratas aburridos. Las interpretaciones que se pueden hacer de esta cinta son infinitas, aunque yo prefiero la postura de otro surrealista, Luis Buñuel, de disfrutar lo que se ve sin intentar descifrarlo de manera exhaustiva.

Lecciones de vuelo...


... ¡que sí sirven!

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