lunes, 14 de marzo de 2011

Presunto culpable

(Roberto Hernández y Geoffrey Smith, México, 2009)

Dramatis personae:

La víctima: José Antonio "Toño" Zúniga; comerciante, cantante y bailarín acusado de un crimen que no cometió.

La damisela en desgracia: Eva Gutierrez, novia del acusado (al centro, entre las primas del mismo)

Los héroes: el abogado defensor Rafael Heredia

y los realizadores del documental, Roberto Hernández y Layda Negrete.

Los villanos: Víctor Daniel Reyes Bravo, el "testigo,"

el juez Héctor Palomares,

la agente del MP, Marisela Miranda Galván

y el comandante José Manuel Ortega Saavedra, de la policía judicial.

Este variopinto elenco de personajes nos presenta un drama de la vida real que, gracias a la controversia que ocasionó fuera retirada de las salas como por cinco minutos, se ha convertido en todo un evento cinematográfico. Supongo que no hace falta decir mucho del tema: un joven aparece muerto, se arresta a otro, un familiar del primero "reconoce" al segundo como el perpetrador (tras haber platicado con ciertos elementos de la policía judicial que, casualmente, llevaron a cabo el arresto) y el sistema judicial condena al presunto culpable a veinte años de prisión. Un par de abogados bienintencionados se proponen mostrarle a México las fallas en dicho sistema.

No se me antojaba nada, fui a verla más por curiosidad que por otra cosa. Esperaba que fuera algo ridículo y mal hecho plagado de momentos de humor involuntario. El resultado fue un documental bastante competente, pero un tanto mañoso. Fui a ver la película acompañado por una amiga abogada, la cual me aclaró que: a) no es "mala suerte" que le vuelva a tocar el mismo juez, es el procedimiento común; b) no es mala onda o mala voluntad que el juez no estuviera presente en el primer juicio, en realidad no es un requerimiento pues para eso hay muchos otros funcionarios; y c) el proceso judicial no tenía muchas herramientas con las cuales demostrar la inocencia del acusado pues el procedimiento administrativo ya venía bastante maleado, pero el documental no distingue claramente uno y otro y mancha a ambos. El hecho de que el abogado defensor asignado por el Estado en el primer juicio tuviera una cédula falsa es un problema mucho más grave que no es revisado a profundidad.


Cinematográficamente hablando, la cinta abusa de los primeros planos con la cara de una persona hablando, al grado de crear incomodidad en el espectador. La imagen no está nada cuidada y algunos momentos llegan a ser tediosos por una mezcla de idiotez por parte del testigo en pantalla y falta de criterio a la hora de editar. Pero vale la pena echarle un ojo, más que nada para enterarse y formarse su propia opinión.

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