sábado, 11 de junio de 2011

Marciano, vete a casa


Contrario a lo que cabría suponer, en verdad hay vida en Marte. Pero los marcianos no son seres terribles ni sofisticados, no poseen gran tecnología bélica ni poderes sometedores, no vienen a esclavizarnos ni a devorarnos. Al contrario, son los pequeños hombrecillos verdes que siempre sospechamos, y llegaron a la tierra para hacernos la vida imposible con su insufrible afán de seguirnos a todas partes, divulgar todos nuestros secretos y reírse de nosotros.

Esta es la premisa que nos planteó Frederic Brown allá por el año de 1955. A diferencia de otras novelas de esa década (como la incomparable I am legend, de Richard Matheson), ésta no tiene el afán de reinventar el género ni de presentar algo de una intelectualidad erudita. Es más bien un acercamiento satírico a la novela pulp de ciencia ficción. Y es bastante buena dentro de lo que se propone.

Como todo trabajo bien elaborado, el libro explora por completo las implicaciones de su premisa en la realidad, imaginando cómo una invasión de alienígenas impertinentes afectaría la vida en la Tierra desde la política internacional hasta la intimidad sexual, pasando por la industria del entretenimiento en particular, la economía en general y la literatura: dado que los extraterrestres se han vuelto una realidad cotidiana, ahora la gente prefiere leer novelas de vaqueros.

Me gustan mucho las obras -ya sean películas, comics o libros- en las que no se explica el cómo o el por qué, sino que se da más peso a lo que sucede después. Es así que nunca se aclara el motivo de la visita de los marcianos ni los detalles de su eventual partida. Respecto al final, sin arruinarle nada a ningún posible lector futuro, sólo diré que me resulta interesante la manera en que se lleva a cabo. Coincide con muchas de mis ideas sobre magia pop y la elección colectiva de la realidad. Tal vez, así como en la historia del comic Sandman titulada A dream of a thosuand cats, sólo se necesita que cierto número de personas deseen lo mismo, al mismo tiempo, con la misma intensidad, para lograr que se vuelva realidad. Pero, al igual que uno de los gatos en dicho capítulo, me uno al escepticismo o a la carencia de ingenuidad para creer que semejante solución podría ser posible para nuestra especie tan arrogante y contradictoria.

Ya para terminar, y como es costumbre en este blog, les dejo un fragmento de la novela:

     Todo lo referente a nosotros, como individuos o como grupo, les interesaba, les divertía y era motivo de burla para ellos. Sin duda, el verdadero objeto de estudio de los marcianos era el hombre.
     Los animales no les interesaban, aunque no vacilaron en asustarlos o excitarlos cuando tal acción podía tener el efecto indirecto de molestar o perjudicar a un ser humano.
     Los caballos fueron particularmente afectados, y el montar a caballo, ya fuese como deporte o como medio de transporte, se hizo tan peligroso que llegó a ser imposible.
     Mientras los marcianos estuvieron con nosotros, sólo las personas obstinadas se atrevieron a ordeñar una vaca que no se hallase firmemente sujeta, con las patas atadas y la cabeza amarrada a un poste.
     Los perros se volvieron frenéticos; muchos atacaron a sus dueños y tuvieron que ser eliminados.
     Sólo los gatos, tras una o dos experiencias iniciales, se acostumbraron a ellos, tomándoselos con calma. Pero es que los gatos siempre han sido diferentes.

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