(Diego Muñoz Vega, México, 2009)
En esta opera prima, el director nos trae una película cuyo tema empezó a investigar desde el año 2000. A pesar de tratarse de un tópico visto muchas veces, tal vez nunca se había examinado tan minuciosamente: la corrupción en la policía de nuestro país. Con un panorama en el que todo es gris, todos son parte de la corrupción y no hay solución alguna, el filme narra una historia bastante sórdida, sin llegar a ser demasiado.
La participación de Damián Alcázar inevitablemente me hizo recordar los trabajos de Luis Estrada (La ley de Herodes, El infierno), pero por fortuna Muñoz elige un camino distinto al de la sátira. En lugar de eso, nos cuenta una historia realista y comprometida que también evita caer en el melodrama, aunque tal vez padece de retratar una realidad uniforme y monótonamente desesperanzadora. Aquí Alcázar no es el protagónico, sino un personaje secundario que es cosa seria: corrupto por donde se le vea.
Con violencia, narcomenudeo, prostitución y sodomía, la cinta nos muestra a manera de denuncia la problemática con las fuerzas del "orden" en nuestro país, llenas de gente sin preparación y mal pagada, cuya vida está en riesgo y cuya ocupación fue decidida más por la necesidad que por la vocación. En un sistema en el que hasta para conseguir las herramientas para hacer el trabajo se tienen que dar "mordidas" (y que ni siquiera garantizan conseguir lo deseado) no es difícil creer que cualquiera puede querer pasarse de listo y ver por sí mismo.
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