(Jaime Ruiz Ibañez, México, 2009)
A pesar de que esta película es de 2009, apenas está teniendo su estreno comercial. Ni siquiera me dan ganas de escribir sobre el estado del cine nacional, sobre las muchas películas que se terminan de realizar y permanecen enlatadas por quién sabe cuánto tiempo, pues a fin de cuentas ese no es el objeto de este blog. Tampoco soy partidario de apoyar al cine mexicano sólo porque sí, justificando cintas mediocres o churros pretenciosos. Pero de vez en cuando se estrena una película nacional que llama la atención, que se diferencia de las demás, y a esas sí hay que apoyarlas. Es el caso de la ópera prima de Ruiz Ibañez.
La temática es simple: en medio del pueblito ficticio que da título a la cinta (que en realidad es Zacatecas) nos encontramos con Mingo, un adolescente distraido y soñador, con cierto retraso mental, que vive con su anciana madre y le ayuda a vender pollo. Sin embargo, empieza a experimentar inquietudes más bien físicas, incluso acercándose peligrosamente a cometer incesto. Para evitar complicaciones, su madre prácticamente busca "cruzarlo" cual perro, pero únicamente logra despertar en él su apetito por el sexo. Varias de las mujeres en el pueblo están solas y desatendidas por sus maridos, por lo que empiezan a buscar las atenciones de Mingo, quien las deleita con su sensibilidad de poeta. Todo sale bien, a excepción de las habladurías típicas de un proverbial "infierno grande", hasta que un crimen desata la ira mal encauzada del pueblo.
El tono es en general ligero y disfrutable, bastante feel-good, cómico y divertido. Logró hacerme reír en más de una ocasión y en general mantuvo una sonrisa adornando mi rostro en la oscuridad de la sala de cine. Al igual que en Abel (Diego Luna, México, 2010), conforme se aproxima al final cambia a un tono dramático sin sentirse forzado ni apresurado. Retrata la doble moral imperante en muchos ámbitos de nuestro país (no sólo en provincia) y lo difícil que le resulta a una sociedad tradicionalista hacer frente de manera abierta y madura a su propia sexualidad. Afortunadamente, evita ser una película más sobre la impunidad de los que están en el poder, pero no deja de evidenciar las injusticias que nadie se atreve a corregir. No se muestra mojigata a la hora de las escenas sexuales, pero tampoco las lleva al grado del mal gusto o la pretención artística innecesaria.
En resumidas cuentas, me pareció una película muy honesta, con algo que decir y bastante concreta. Espero que le vaya bien en cartelera y que su realizador pueda llegar lejos. Eso sí, me parece que la elección del título fue un poco desafortunada, tal vez me hubiera gustado que se llamara simplemente Mingo. Ah, claro, y una mención especial a la nubilidad de Paulina Gaitán, que qué bien se ve...
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