(Darren Aronofsky, Estados Unidos, 2010)
El quinto largometraje de Aronofsky ha dado mucho de qué hablar. Por una parte, están los montones de premios y nominaciones, sobretodo por la actuación de Natalie Portman. El filme es uno de los favoritos para la próxima entrega de los Óscares, con cinco nominaciones. Es una producción a gran escala dirigida a un público masivo que difícilmente deja insatisfecho incluso al espectador más exigente. Pero entremos en materia.
Aronofsky se ha caracterizado por tocar temas difíciles, nada populares, de los que generalmente la gente evita hablar. Desde la ambición desmedida de la humanidad con tintes metafísicos (Pi, 1998), las consecuencias del abuso de las drogas (Requiem for a dream, 2000), la aceptación de la muerte (The Fountain, 2006) y el costo de una vocación autodestructiva (The Wrestler, 2008), ahora nos cuenta una historia sobre el precio de la perfección.
Revisitando temas y estilos visuales de sus anteriores películas, Black Swan nos muestra a un cineasta muy maduro y con un gran conocimiento de las artes en general, y de las visuales en particular. Desde la forma de capturar espacios arquitectónicos, esculturas o pinturas a cuadro, así como el uso de la cámara para filmar las secuencias de baile no como una observadora sino como una bailarina más en el escenario, Aronofsky pone en evidencia el profundo amor que tiene por las creaciones artísticas de distintos ámbitos. También la música juega un papel muy importante en crear las atmósferas necesarias de tensión sublime. Y la fotografía utilizada en la película, con el granulado que ha caracterizado a la mayor parte de su obra, nos muestra una realidad aparte que a pesar de desenvolverse bajo sus propias reglas se apega mucho a la verosimilitud de nuestro mundo.
Nina Sayers es una bailarina de ballet con grandes expectativas, que se presiona más allá de sus límites con tal de lograr la perfección en su técnica. Vive con su madre en una nociva relación simbiótica, de las típicas en que la madre quiere autorrealizarse a través de su progenie y absorbe cada aspecto de su vida. Nina demuestra ser una persona reprimida, incómoda alrededor de su propia sexualidad, absorta en sus prácticas y con poco tiempo para socializar. Cuando Thomas Leroy anuncia su más nueva producción del Lago de los cisnes, Nina se propone hacer lo que sea necesario para conseguir el rol principal. Mas una vez que lo logra, Thomas la lleva a confrontar sus más profundos temores, mostrándole que también hay perfección en el caos y en el descontrol.
Leroy parece querer seducir a Nina y aprovecharse de ella, pero soy de la opinión que él solamente buscaba liberarla de sí misma, destruir las barreras que ella sola se había impuesto para poder llevarla a alcanzar todo su potencial. Para esto trae consigo a Lily, quien es incluso físicamente parecida a Nina, pero como su lado oscuro. Esta "gemela maligna" es como una fuerza de la naturaleza, impredecible y difícil de medir. Inocentemente se introduce al mundo de Nina y funge como el catalizador de los cambios venideros, despertando en el proceso sospechas paranoicas en su contraparte "buena".
La cinta aborda el tema de la dualidad y la transformación interior. Nos muestra a través de lo que parecen ser alucinaciones algo que, más que un descenso a la locura, es la gradual transmutación de Nina en algo más, algo distinto, una síntesis de ella misma y su completo opuesto. A lo largo de la película, los reflejos nos muestran otra realidad, desde la imagen distorsionada de la protagonista en la ventana del metro hasta encuentros azarosos con aparentes doppelgängers, pasando por espejos que se niegan a obedecer y sustitutos de carne y hueso.
Estos encuentros con el otro, con el opuesto de Nina, acompañados de la necesidad de cambiar para poder ser mejor en su papel, la llevan a sufrir de alteraciones que ella percibe como cambios físicos, transformaciones orgánicas al más puro estilo Cronenberg. Pero en realidad no está perdiendo la cordura, su mente sólo está interpretando lo que pasa en su interior de una forma visual, sensorial.
En medio de percepciones alteradas y emociones desatadas tras una vida de moderación y prudencia, Nina logra asumir esa maldad interna como algo propio, algo necesario, y la usa para conseguir sus objetivos sin darse cuenta de que sus acciones y su pelea con ella misma le costarán más de lo que cualquiera esperaría. No obstante, logra alcanzar la perfección y, con ella, la satisfacción. Entonces queda la pregunta: ¿vale la pena llegar al extremo con tal de ser perfecto?
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