domingo, 4 de septiembre de 2011

El vampiro y el sexo

(René Cardona, México, 1969)

En la ceremonia de cierre del Festival Macabro de este año se proyectó la infame y mítica película "erótica" del Santo. Se rumoraba que había una cinta perdida del Enmascarado de Plata, de esas que prácticamente nadie había visto y a nadie le constaba que existiera. Las malas lenguas aseguraban que en el filme el protagonista tomaba parte en escenas cachondas. Se "sabía" que era de vampiros. Uno que otro despistado (yo entre ellos) pensaba que se trataba de un corte extendido de Santo contra las mujeres vampiro (Alfonso Corona Blake, México, 1962). Todas estas ideas erróneas por fin fueron desechadas cuando se encontró una copia de la mentada obra, se le restauró, se arreglaron las disputas legales a su alrededor y se le dio "estreno" en el festival.


Antes que nada, debo aclarar: no soy fan de las películas de luchadores. He visto pocas y con esas me basta, las considero una curiosidad kitsch y hasta ahí. Me parecen absurdas y ridículas, con guiones de baja calidad y actuaciones del mismo nivel. Lo que rescato de ellas es lo maravilloso del mundo alterno que nos muestran, donde cualquier cosa se resuelve con un duelo sobre la lona. Habiendo dicho lo anterior, procedo a contarles que disfruté sobremanera de esta función. Reí muchísimo, quizás más por humor involuntario que otra cosa, pero eso no hace menor el goce. Desde la aparición de un letrero que lee "Doctor César Sepúlveda, Físico Nuclear" (yo quiero un letrero así para mi casa) hasta la insensibilidad misógina del Santo cuando a una mujer histérica (tras haber viajado al pasado y haber sido víctima de un vampiro) le dice simplemente "¡Ya cálmate!", pasando por radio-relojes comunicadores, espías indiscretos, personajes de franco comic relief, ciencia loca y descabellada que nadie explica y una sobreabundancia de senos turgentes descubiertos.


La trama es sencilla (como de costumbre): el Santo, justiciero y científico reconocido, presenta a otros pensadores su más reciente invento, una máquina para viajar a vidas pasadas. Nunca explica cómo funciona, de hecho no la ha probado, pero está seguro de que sirve bien, en particular con una mujer (misóginamente se indica que porque aguantan más vara). Para probarla utiliza a la hija de su colega, la cual viaja a lo que se supone que es el México del siglo antepasado, que curiosamente parece la Europa oriental de cualquier película "gótica" de vampiros. De ahí la trama se simplifica aún más: la mujer es aquejada por un malestar indefinido, un especialista del viejo continente identifica los síntomas como evidencia de ataques vampíricos, un carismático conde europeo expatriado casualmente llegó a los alrededores justo cuando varias mujeres empezaron a sufrir de este mal y a morir por el mismo, todos sacan sus cuentas y se deciden a cazar al monstruo. Dicha criatura erotiza a las mujeres y tiene su séquito de vampiresas (con implantes que dan crédito a lo avanzada que estaba la cirugía plástica del siglo XIX), mujeres que exponen sus pechos a la menor provocación.


Todo este tiempo, Santo y compañía observan la acción de manera voyeurista a través de una pantalla, por el puro interés científico, y sólo rescatan a Luisa cuando está a punto de morir a manos del cazador de vampiros. Entonces, tras ciertos giros en la trama, el vampiro llega al presente y deben hacerle frente. No, el Santo no sale en pelotas. No, tampoco se acuesta con nadie. Las escenas "eróticas" son menos que soft porno, pero para la época eran bastante subidas de tono, más en una película de un personaje cuyo público habitual no consistía sólo de adultos. Originalmente, el luchador solicitó que se recortaran las escenas de desnudos para no manchar su reputación y la cinta se estrenó bajo el nombre de Santo en el tesoro de Drácula. Ahora supongo que habrá más ocasiones de que quienes no la vieron puedan gozar de tan divertida experiencia, pero dudo mucho que yo volvería a verla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario