martes, 29 de noviembre de 2011

Masacre en Xoco


No hay mejor manera de pasar las fechas de Halloween y Día de muertos que viendo películas de horror. En la Cineteca Nacional lo saben, es por eso que organizaron una masacre en el pueblo de Xoco por segundo año consecutivo. En 2010, la masacre tuvo un inicio modesto, con dos películas y una charla cada día durante tres días, cerrando con un maratón de seis películas a lo largo del último día. Esta vez, la carnicería creció: a lo largo de tres tardes y un día completo, se proyectaron un total de quince películas, entre clásicos en formato 35 mm y estrenos internacionales. A continuación reseñaré brevemente las películas que pude ver (las que no reseño es porque ya las había visto en otra ocasión).


El primer día fue nombrado "La violencia entre nosotros", con tres filmes que retratan a gente común y corriente que por algún motivo u otro deben recurrir a la violencia. En Dios me lo ordenó (God told me to, Larry Cohen, Estados Unidos, 1976) se explora el fenómeno tan común en Estados Unidos en la década de los 70: los francotiradores y asesinos anónimos que se dedicaban a matar transeúntes al azar, muchas veces diciendo obedecer designios divinos. Fue la respuesta de Cohen al Superman de los comics, retratando a un alienígena que llega a la Tierra pero con no tan buenas intenciones.

 

Al día siguiente, se revisaron algunos "Clásicos del horror mexicano," comenzando con El espejo de la bruja (Chano Urueta, México, 1960). Al igual que en otra de sus películas, El barón del terror (México, 1962), la historia es buena pero tiene algunos huequitos y los efectos especiales van en detrimento del disfrute de la cinta. Y la época no es pretexto, hay cosas de décadas anteriores que logran crear efectos realistas en mayor medida. Una mujer es envenenada por su esposo para poder casarse con otra. Su madrina, una bruja, usa sus poderes para facilitar la venganza de su protegida. Con una secuencia inicial reminiscente de Häxan (Benjamin Christensen, Suecia-Dinamarca, 1922), la película empieza bien pero después se cae un poquito.


Siguió Misterios de ultratumba (Fernando Méndez, México, 1958), del mismo cineasta que dirigió El vampiro (México, 1957), la cual es más conocida pero, a mi parecer, menos lograda. La película trata sobre un pacto entre científicos, por medio del cual acuerdan que el primero en morir le comunicará al otro qué hay en el Más Allá. Introduciendo varios personajes más en una trama compleja desarrollada con buen ritmo y excelentes manejos, los sucesos se van desarrollando hasta que se cumple un destino funesto que había sido vaticinado al principio, demostrando que la arrogancia científica debe conocer sus límites.


La tercera función de la tarde fue Santo contra las lobas (Jaime Jimpenez Pons y Rubén Galindo, México, 1976). Tal vez el intento más serio por hacer una auténtica película de horror con el Enmascarado de Plata, su estética realista que casi raya en lo documental ayuda a crear una atmósfera verosímil que, sin embargo, no logra mantenerse hasta el final. Vamos, si vemos una película del Santo no podemos esperar gran credibilidad y el humor involuntario nunca está lejos. El ritmo pesado de la historia pudo más que yo y admito, no sin vergüenza, que me perdí del final.


La tercera jornada fue dedicada a "El terror ayer, hoy y siempre". El ayer fue representado por Tarantula (Jack Arnold, Estados Unidos, 1955), uno de esos clásicos de los años 50 que marcaron el subconsciente colectivo de la humanidad con criaturas gigantescas que, hasta la fecha, siguen populando la pantalla de plata. A pesar de sus limitaciones, los fotomontajes y efectos especiales están muy bien logrados y crean la verosimilitud necesaria para que la historia de un arácnido de proporciones brobdingnaguianas nos absorba (a menos, claro, que el espectador carezca del criterio suficiente para contextualizar el filme con su época).


El cine de hoy fue representado por El sanatorio (Miguel Gómez, Costa Rica, 2010), película que cuenta con el privilegio de ser la primera obra del género producida en su país. Comienza francamente mal, con un humor demasiado bobo y un abuso de la palabra "mae" (en un afán por demostrar que el lenguaje autóctono no alienaría a audiencias de otros países). Este falso documental sobre un sanatorio supuestamente embrujado cambia inadvertidamente de tono, dejando la parodia para volverse comedia bien hecha, con buenos chistes y ocurrencias bien manejadas. También ayuda la inclusión del atractivo de Mariana, personaje que hace de investigadora y que, con su nubilidad, logró convencerme de no abandonar la sala de cine. Una vez más cambia el tono de la cinta, de nuevo sin que se sienta forzado, al auténtico horror sobrenatural. A pesar de que la secuencia final es innecesaria, la película en su totalidad se salva y puedo decir que valió la pena verla. Y no sólo por la chica guapa.


El cuarto y último día de la masacre fue un maratón que revisó distintas propuestas del cine de género. Arrancó con Sobre-natural (The mist, Frank Darabont, Estados Unidos, 2007), adaptación cinematográfica de la novela homónima de Stephen King, de claras resonancias lovecraftianas. Bastante bien hecha, aunque en general no soy tan fan de ciertos elementos característicos de King. Me desagradan las posibles implicaciones del final y siento que la historia debería haber terminado varios minutos antes, pero de todas formas es recomendable.


Matar a un extraño (To kill a stranger, Juan López Moctezuma, México, 1982) es una cinta de culto a cargo de quien se dio a conocer con la controversial Alucarda (México, 1978). Alejándose del horror para explorar más bien el terror, nos presenta a Angélica María como una cantante italiana que decide reunirse con su marido en un país europeo no especificado, el cual está bajo el yugo de una brutal y represiva dictadura militar. Su coche rentado se accidenta en medio de la carretera y, en medio del camino, en un país extraño, sin hablar el idioma local, sin formas de comunicación (un recordatorio de que la gente no tenía celulares en alguna época), esta mujer recibe ayuda de un anciano. Pero éste, al llevarla a su hogar, demuestra no tener buenas intenciones. Un thriller implacable que obliga al espectador a preguntarse qué haría en una situación similar.


Dentro de la extensa filmografía de Tobe Hooper está Fuerza siniestra (Lifeforce, Gran Bretaña, 1985), que se niega a encasillarse en un sólo subgénero y rompe los límites entre ciencia ficción y horror. Plantea la existencia de una raza alienígena que dio origen al mito de los vampiros, quienes accidentalmente son traídos de vuelta a la Tierra y traen con ellos oleadas incontenibles de muerte. Con la impresionante presencia de Mathilda May -quien. por cierto, permanece desnuda durante casi todo su tiempo a cuadro-, la historia se desarrolla hasta alcanzar una victoria pírrica en nombre de la humanidad. O lo poco que queda de ella al final.


Otro estreno fue Sudor frío (Adrián García Bogliano, Argentina, 2010), película que no fue de mi agrado. Con un par de villanos que podrían dar para mucho más, los reduce a un par de viejos cascarrabias que desde chicos fueron sádicos y, al terminar su reino del terror como agentes del gobierno, decidieron torturar a la juventud para castigarla por su supuesta ignorancia. Retratando el choque generacional como algo vanal, abusando del diseño de audio para crear el efecto deseado en el público, recurriendo a excesos innecesarios y a desnudez gratuita (aunque de esa no me quejo tanto), me pareció francamente insufrible.


La última película que vi del maratón fue Masacre en el infierno (The Texas Chainsaw Massacre 2, Tobe Hooper, Estados Unidos, 1986), la cual se aleja muchísimo del tono de la primera entrega en esa saga (reseñada aquí). De por sí no me gusta mucho que digamos la original, esta secuela me pareció peor pues se reduce a secuencias en que una chica guapa corre gritando a todo pulmón, perseguida por un maniático con sierra eléctrica. Sí, eso me pareció un acierto en la primera película pues creó un cliché, pero repetirlo es otra cosa. Según Wikipedia, Hooper asegura que el tono de humor negro también estaba presente en la película original, pero los espectadores no lo notaron por el contenido realista e impactante. Tal vez, pero definitivamente los niveles de sátira se vuelven absurdos y ridículos en esta secuela y me dejaron con un mal sabor de boca.

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