(A torinói ló, Béla Tarr, Hungría, 2011)
Comienza con una anécdota sobre un caballo, el cual presenció el descenso a la locura de Nietzsche. Uno piensa que la cosa se pondrá interesante, pero el filme poco tiene que ver con el filósofo alemán y más bien sigue al equino. Se trata de un ensayo sobre la repetición, sobre la monotonía de tener que trabajar para vivir, sobre las dificultades que presentan a la supervivencia la entropía y la vejez. Pero eso lo veo en mi vida diaria, no me hace falta atestiguarlo en una película también. La fotografía en blanco y negro es hermosa, los complicados movimientos de cámara y planos secuencia son magistrales, el leit motif musical crea la atmósfera adecuada de desesperanza y perdición. Incluso la extensa duración ayuda a crear el efecto deseado en el espectador. Pero no me pareció una experiencia del todo disfrutable. Es, más que nada, estímulo para cinéfilos adolescentes o hipsters (si es que no son lo mismo), que se desvivirán elogiándola aunque no les haya gustado o no le hayan entendido.
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