lunes, 28 de noviembre de 2011

El árbol de la vida


(Terrence Malik, Estados Unidos, 2011)

Gracia y Naturaleza. Sacrificio y apetito. Voluntad e instinto. El Dios del Nuevo Testamento y el del Antiguo. Perdón y castigo. Bien y Mal. Son algunos de los absolutos en medio de los cuales el Hombre se encuentra siempre atrapado, nunca por completo libre del influjo de ellos. En su camino de bifurcaciones múltiples, el ser humano debe decidir qué rumbo tomar. Por más que aspira a renunciar a su naturaleza, ésta nunca lo deja en paz y, al seguirla, se aleja de la Gracia Divina. Una vez dañado el lazo con ésta, la reparación es imposible. El hombre se parece más a su especie que a su Creador, muy a su pesar. No obstante, debe continuar protagonizando el breve capítulo que le corresponde interpretar en la historia de la Creación. Estas son las reflexiones que despertó en mí la más reciente cinta de Malik, legendario realizador que se vio favorecido al recibir la Palma de Oro en Cannes con ella. Según yo, es una película sobre Dios y sobre la vida. Me hizo recordar la conexión que sentía tener con el Divino durante mi infancia, así como los motivos por los cuales dejé de creer en Él. Este hermoso filme es ampliamente recomendable, pero con reservas: puede resultar pesado para quien no acostumbre ver cine contemplativo. Es como 2001: A space odissey (Stanley Kubrick, Reino Unido-Estados Unidos, 1968) en cuanto a su belleza, que va a la par de las dificultades que presenta al espectador, pero nunca se vuelve pretenciosa ni pedante. Su escala simplemente corresponde a la magnitud de los temas que aborda.

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