Como parte del taller de cuento en el cual estoy participando, sobre la violencia en la escena narrativa, se nos encargó leer y analizar los cuentos de esta antología compilada por Norma Lazo. La idea tras los relatos es explorar la violencia en sus diversos aspectos, yendo desde su tradicional y explícita forma física hasta la de carácter corporativo, pasando por la violencia de género y la autoinflingida. Como en toda colección de cuentos cortos, hay para todos los gustos y los hay unos mejor logrados que los otros. Dado que este blog es sólo de crítica y no de análisis, solamente comentaré brevemente cada relato.
El libro abre con un breve prólogo a cargo de la antologadora para dar paso a Los culpables, de Juan Villoro, sobre un par de hermanos entre los cuales un secreto sale a la luz al coescribir un guión cinematográfico. Guillermo Fadanelli nos presenta Shin Bu Kan, relato cíclico de un hombre que reflexiona sobre su pérdida de identidad frente a su pareja al encontrarse cerca de la muerte; a pesar de los muchos elogios al autor, no disfruté de su lectura. El despertar de la calle, de Eduardo Antonio Parra (quien imparte el taller), muestra la violencia doméstica de los barrios bajos contrastándola con la aparente alegría de las fiestas decembrinas.
En Eso que no es el mundo, Rafael Antúnez nos presenta a una especie de villana de telenovela en busca de venganza ante una falta quizás imaginada cuya historia se entrelaza con las anécdotas de un judicial que ha sido cansado testigo de incontables atrocidades; los personajes son bastante buenos, pero no se le da el peso suficiente a ninguna de las dos historias. Luego sigue Un asunto pesado, uno de mis favoritos en el libro, a cargo de Héctor de Mauleón; aquí un ex boxeador de compleja psicología que trabaja para el narco decide sacrificar ciertas cosas para cambiar el rumbo de su vida. Bajo el confuso título de El espejo de imán, Adriana González Mateos nos trae una historia de violencia artística aparentemente profética mezclada en una relación pseudoamorosa de codependencia.
Álvaro Enrigue nos habla de la sutil violencia que ejercen las mayorías sobre aquellos que son diferentes en El saco de Constantinopla, el cuento que más disfruté de la antología y, por mucho, el más divertido. Médico y medicinas, de Luis Arturo Ramos, va tejiendo lentamente la historia de un doctor con la de uno de sus pacientes que le despierta un interés inusual, revelando un lazo del pasado que los une a través de la culpa y el encono social. No me gustó el relato de Claudia Guillén, La iluminada, pues a pesar de retratar un hecho verídico y reciente sobre violencia derivada de la intolerancia e ignorancia religiosa siento que peca de reducir a los "villanos" a un lugar común.
La última terna de cuentos empieza con otro de mis favoritos: Neutral, de Naief Yehya, cuya representación de un atentado contra un líder terrorista basado en una historia real crea imágenes de gran exactitud y realismo. La sombra blanca, de Gabriela Vallejo, tiene por protagonista a un escalofriante psicópata que hace las veces de médico, cuestionando el papel de la medicina como una ciencia más bien inexacta. Por último, J. M. Servín nos presenta una violencia generada por la homofobia en Dando y dando, un cuento que cumple pero tiene algunas fallas en el planteamiento.
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