lunes, 4 de junio de 2012

Mi semana con Marilyn

(Simon Curtis, Reino Unido, 2011)

Marilyn Monroe era un monstruo. Y no lo digo como algo negativo, solamente como un hecho. Era más que humana. Era una criatura poderosa. Resultaba imposible decirle que no. Tenía un carisma sobrenatural, que rayaba en una forma de control mental. Marilyn, así como algunas otras contadas personas excepcionales en la historia de la humanidad, trascendía la esfera de lo humano para ubicarse en la de los dioses y los monstruos.


Ahora bien, para la mayor parte del mundo, ella era en definitiva una diosa: inalcanzable, inspiradora, inverosímil. Pero para aquellos pocos desdichados a quienes les tocaba experimentarla de cerca, el resultado era distinto. Ella no podía ser feliz, mucho menos podía hacer feliz a alguien más. Como una fuerza de la naturaleza, arrasaba con todo a su paso. No podía llevar una vida común y corriente, tampoco una vida tranquila. Y sufría por esto, pero no podía evitarlo: era parte de su naturaleza.


O al menos esta fue la impresión que me llevé al ver esta cinta de Simon Curtis, basada en las memorias de Colin Clark, quien fuera el tercer asistente de dirección durante el rodaje de The Prince and the Showgirl (Laurence Olivier, Estados Unidos, 1957). Un joven que apenas empezaba en la industria cinematográfica a quien le tocó padecer a Monroe. Lo digo como si fuera algo malo, aunque pienso que cualquiera accedería más que gustoso.


Michelle Williams interpreta el papel protagónico bastante bien, haciéndonos olvidar que Marilyn lleva décadas muerta y dándole la complejidad y profundidad necesarias. Conmovedora, bien realizada e interesante como curiosidad, no obstante bastante prescindible más allá de la reflexión que provocó en mí.

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