domingo, 11 de septiembre de 2011

Alamar

(Pedro González-Rubio, México, 2009)

La historia es al parecer sencilla: Roberta Palombini, italiana, viaja de vacaciones a Quintana Roo. Estando en la playa conoce a Jorge, un pescador de ascendencia maya, y se enamora de él. Decide quedarse a vivir en México. Tienen un hijo, el pequeño Natan. Tras tres años y medio, los sentimientos han cambiado. No sólo eso, sino que también se ha vuelto evidente que Roberta no puede vivir alejada de la civilización, así como Jorge no podría vivir inmerso en ella. Entonces se separan, con el destino de su hijo en duda.


La película no nos muestra qué decidieron, simplemente nos presenta a Jorge recogiendo a Natan en Roma para llevarlo a Banco Chinchorro, la segunda mayor barrera de arrecifes de coral en el mundo. Desde que llega, el niño se siente en casa: se quita la playera y los zapatos para convivir libremente con la naturaleza. Interactúa con su padre y Matraca, otro amigo pescador. Viven en una casa en medio del agua, rodeados de aves y un cocodrilo (¡!)


De manera documental y bastante rudimentaria, la cámara se vuelve un fiel observador del día a día en la vida de estas personas. Los vemos pescar, escamar, cocinar y comer lo que sacaron del mar. Los vemos compartir su alimento con la fauna local. Vemos a Jorge impartiendo su sabiduría a su hijo, demostrando que no se necesita de grandes estudios para saber muchas cosas. Y, lo más importante, vemos el gran amor que un padre siente por su vástago, los cuidados y atenciones que contínuamente deposita en él.


En uno de los momentos más mágicos del filme, un ave garrapatera llega a la casa de nuestros protagonistas. Poco a poco comienza a relacionarse con ellos, primero de lejitos pero gradualmente se va acercando hasta ser prácticamente domesticada por ellos. La llaman Blanquita y los acompaña a muchas partes.


No sé si Natan pase la mitad de cada año con su padre y la otra con su madre, me imagino que adaptarse a cambios tan drásticos de entorno no será cosa fácil. No obstante, dejar atrás este tipo de vida tan relajado y tan pacífico seguramente presenta sus dificultades, aunque uno pueda regresar. Lo que me deja la cinta, además de un profundo sentimiento de paz, es una añoranza por la naturaleza y por ese amor constante que quizás sólo podamos sentir en la niñez.

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